La economía española resiste, pero los riesgos estructurales se profundizan
3 MIN

La economía española resiste, pero los riesgos estructurales se profundizan

Global
Oct 29
/
3 MIN

La última semana confirma que la economía española mantiene su dinámica de crecimiento, aunque bajo una tensión creciente que exige vigilancia. En primer lugar, los últimos indicadores laborales muestran que la afiliación a la Seguridad Social sigue marcando récords, superando los 22,4 millones de ocupados. Aun así, esa expansión de empleo convive con un aumento del desempleo recientemente: 60.100 parados más, lo que evidencia la precariedad estructural del mercado laboral.

Desde la óptica financiera, la agencia S&P Global Ratings elevó la calificación de España a A+ con perspectiva estable, aludiendo a que el país es menos vulnerable a los aranceles estadounidenses que sus vecinos. Sin embargo, los analistas advierten que este “respaldo externo” no exime de los desequilibrios internos más profundos.

En ese sentido, el desbalance exterior vuelve a despertar alarmas: entre enero y julio de 2025, el déficit comercial se amplió un 53%, hasta alcanzar los 29.122 millones de euros, fruto de unas importaciones de más de 260.000 millones frente a exportaciones por 231.000 millones. El comercio de mercancías muestra una cara cada vez más preocupante, dado que la recuperación exterior sigue siendo débil.

Por su parte, el segmento agrícola y alimentario encuentra una doble veta. Por un lado, se aprecia que la inversión en activos y nuevas tecnologías gana peso, junto con una demanda interna sólida. Pero, por otro, el aumento sostenido del coste de insumos y la competencia internacional debilitan los márgenes de los productores, lo que pone en cuestión la sostenibilidad real de muchas explotaciones agrarias.

A nivel macroeconómico, se dibuja una economía que crece —sí—, pero que depende de tres pilares que podrían mostrar fisuras: el consumo interno, el empleo de baja calidad y el turismo. Si uno de esos pilares flaquea, el golpe podrá ser más severo. Además, la combinación de una mayor deuda pública, un paro estructural todavía elevado y un comercio exterior negativo conforman un cóctel de riesgo que no se vislumbra plenamente compensado.

En conclusión, España se encuentra en una fase de crecimiento custodiado, más por inercia que por impulso renovado. Los números siguen siendo positivos, pero los cimientos están agrietados. La clave será si las reformas previstas, la inversión productiva y la modernización del mercado laboral logran convertir ese crecimiento en una trayectoria sólida que no dependa de vientos externos. De lo contrario, la próxima vuelta de tuerca macro se verá con menos margen de maniobra.

Redacción ADN TV
Redacción

Generadora de contenidos audiovisuales para diferentes plataformas, produce desde la óptica de las necesidades de las personas que consumen información.

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La última semana confirma que la economía española mantiene su dinámica de crecimiento, aunque bajo una tensión creciente que exige vigilancia. En primer lugar, los últimos indicadores laborales muestran que la afiliación a la Seguridad Social sigue marcando récords, superando los 22,4 millones de ocupados. Aun así, esa expansión de empleo convive con un aumento del desempleo recientemente: 60.100 parados más, lo que evidencia la precariedad estructural del mercado laboral.

Desde la óptica financiera, la agencia S&P Global Ratings elevó la calificación de España a A+ con perspectiva estable, aludiendo a que el país es menos vulnerable a los aranceles estadounidenses que sus vecinos. Sin embargo, los analistas advierten que este “respaldo externo” no exime de los desequilibrios internos más profundos.

En ese sentido, el desbalance exterior vuelve a despertar alarmas: entre enero y julio de 2025, el déficit comercial se amplió un 53%, hasta alcanzar los 29.122 millones de euros, fruto de unas importaciones de más de 260.000 millones frente a exportaciones por 231.000 millones. El comercio de mercancías muestra una cara cada vez más preocupante, dado que la recuperación exterior sigue siendo débil.

Por su parte, el segmento agrícola y alimentario encuentra una doble veta. Por un lado, se aprecia que la inversión en activos y nuevas tecnologías gana peso, junto con una demanda interna sólida. Pero, por otro, el aumento sostenido del coste de insumos y la competencia internacional debilitan los márgenes de los productores, lo que pone en cuestión la sostenibilidad real de muchas explotaciones agrarias.

A nivel macroeconómico, se dibuja una economía que crece —sí—, pero que depende de tres pilares que podrían mostrar fisuras: el consumo interno, el empleo de baja calidad y el turismo. Si uno de esos pilares flaquea, el golpe podrá ser más severo. Además, la combinación de una mayor deuda pública, un paro estructural todavía elevado y un comercio exterior negativo conforman un cóctel de riesgo que no se vislumbra plenamente compensado.

En conclusión, España se encuentra en una fase de crecimiento custodiado, más por inercia que por impulso renovado. Los números siguen siendo positivos, pero los cimientos están agrietados. La clave será si las reformas previstas, la inversión productiva y la modernización del mercado laboral logran convertir ese crecimiento en una trayectoria sólida que no dependa de vientos externos. De lo contrario, la próxima vuelta de tuerca macro se verá con menos margen de maniobra.

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